Los inventos y patentes también fueron cosa de mujeres

El primer privilegio de invención de que se tiene constancia en España remonta al 1478. En esa época, se penalizaba con 50.000 maravedís a quien se aprovechara del sistema de molienda inventado entonces por el sevillano Pedro Azlor. Pero fue con el comienzo de la revolución industrial, siglos más tarde, cuando todos los países pasarían a adoptar leyes sobre patentes y marcas, para dar cobertura específica a distintos tipos de invenciones, signos distintivos o diseños industriales…

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La primera normativa para proteger los inventos en España fue un real decreto al estilo francés que entró en vigor en 1811, durante la ocupación napoleónica de la península. El rey Fernando VII promulgó un segundo decreto en torno a 1820, aunque fue sustituido por una ley de patentes instaurada durante el trienio liberal que culminó en 1923, etapa en la que los registros pasaron a llamarse certificados.

Las barreras que encontraban las mujeres de la época, más allá del precio y el papeleo, estaban relacionadas con el lugar que ocupaban en la sociedad. Estaban sometidas administrativamente al varón, necesitaban la autorización ya fuera de su padre o de su marido. Tampoco disponían de los conocimientos técnicos que podía tener un hombre que hubiera accedido a la educación superior, porque ellas la tenían restringida. Pero aún así muchas de ellas se atrevieron:

María del Carmen Betancourt y Molina

La figura de María de Bethencourt y Molina es paradigmática de la situación de otras mujeres que contribuyeron a los conocimientos o las prácticas tradicionalmente limitadas a varones o atribuidas totalmente a ellos. Son pocos los datos que tenemos acerca de quién fue realmente María de Bethencourt. Considerada una monja clarisa de la Orotava por prácticamente todos los estudios relevantes sobre la industria de las manufacturas sederas en la isla de Tenerife

Nació el 19 de diciembre de 1758, en Los Realejos (Tenerife), siendo la tercera de once hermanos. María del Carmen, o Maruca o Mariquita, fue una aficionada a la investigación desde niña. Vive en la casa familiar, implicada directamente en los problemas que generaba la industria de las manufacturas sederas y los intentos de mejorar la calidad y producción de la seda. El Wikipédia no dedica página alguna a ésta pionera de la ciencia en Canarias, a la que se deben grandes avances el progreso de la industria textil en las islas, como algunas fórmulas de colorantes para seda o la primera máquina de tejer terciopelo que existió en Canarias. Falleció en 1824.

De su legado apenas se sabe, más allá de algunas referencias biográficas ligadas a su hermano, el ilustre ingeniero Agustín de Betacourt y Molina, fundador de la Escuela de Caminos, Canales y Puertos en 1802, inventor y planificador urbanístico de varias ciudades rusas, entre ellas San Petersburgo.

Ángela Ruiz Robles

Ángela Ruiz Robles (1895-1975) es otro ejemplo de cómo los creadores de la historia han sido injustos con las mujeres. Esta maestra y pedagoga en la II República y después en los peores años del franquismo tras la Guerra Civil, fue la primera en inventar el precursor del actual libro electrónico en 1949.

Ha sido Michael Hart quien se ha llevado el mérito de ser el inventor del ebook ya en el año 1971, pero si rastreamos más en la historia, concretamente más de veinte años atrás, ésta leonesa de nacimiento y posterior residente en Ferrol hasta su muerte, fue la creadora del primer prototipo de dispositivo electrónico, que incluso patentó.

«Procedimiento mecánico, eléctrico y a presión de aire para lectura de libros», se llamó su primera patente con número 190.698. La Enciclopedia Mecánica fue ideada por esta inventora con un propósito: liberar a sus alumnos de la carga que suponía llevar tantos libros a la espalda. También para «aliviar la enseñanza: con el mínimo esfuerzo, conseguir los máximos conocimientos», explicaba la propia inventora en una entrevista en televisión a finales de los años 50. «He aquí un prototipo llamado a revolucionar el concepto que tenemos de los libros», la presentaba el periodista.

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Fermina Orduña

En 1865, Fermina Orduña registró a su nombre los derechos sobre un peculiar carruaje para vender leche de burra, vaca y cabra. Una especie de servicio de reparto a domicilio que obtuvo lo que entonces se llamaba privilegio industrial, es decir, la primera patente concedida a una mujer española, que fue concedida para cinco años.

Lo que había ideado Fermina, residente en Madrid, constituía un medio para repartir leche fresca a domicilio por los pueblos, con un lugar reservado a la fuente de la materia prima: sus dibujos desvelan que el animal viajaba a bordo del carromato, al que subía por una rampa situada en la parte trasera. El vehículo incorporaba en la parte de arriba una campana «para el aviso o llamada en la puerta del parroquiano» y una chimenea por la que salía el vapor de una caldera de agua caliente. Esta tenía un «graduador» (una llave) para regular la temperatura. Aparte del carro, el esquema describe un vaso «para el ordeño» que se introducía por la parte superior en un «ordeñador mecánico», un recipiente que se llenaba con el agua salida de la caldera para conservar la leche caliente «durante 20 minutos», explicaba la inventora.

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Margarita Salas

Nacida en 1938 y discípula de Severo Ochoa, Margarita es una de las pioneras en el ámbito de la biotecnología. En la década de los 80 del pasado siglo, esta mujer descubrió junto a su equipo un método revolucionario de replicación del ADN que permite, entre otras cosas, realizar las pruebas policiales de ADN, la producción sintética de virus patógenos o la elaboración de plantas transgénicas. La patente norteamericana, japonesa y europea está en manos del CSIC. Gracias a ella, en 2008 esta institución había ganado más de 3,7 millones de euros lo que la convierte en la patente más productiva de la investigación española.

Maria del Carmen Ortiz Arce

La monja María del Carmen Ortiz, más conocida como Sor Perboire, diseñó y patentó en 1909 un aparato que permitía a las personas ciegas escribir en sistemas Braile y Llorens, un método de lecto-escritura no tan popular como el primero, y que facilitaba la comunicación entre invidentes y videntes.

La Regleta Sor, como se denominó al invento, consistía en un punzón de bronce que trazaba los caracteres sobre una superficie con relieve, creando textos perceptibles a la vista y al tacto. El Museo Tiflolófico de la Once de Madrid sigue conservando algunos de estos artefactos.

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Carmen Fábregas

Carmen Fábregas, una profesora de música barcelonesa, patentó en 1878 un «dactílago capaz de educar los dedos en la enseñanza del piano». Pese a que no existe certeza sobre la funcionalidad de este misterioso artilugio, la concesión de su patente supone un hito para las mujeres inventoras, puesto que se abandona por primera vez el ámbito doméstico.

A partir de entonces, seguirán patentándose inventos femeninos de uso doméstico como el «lavadero mecánico para ropa» que en 1890 patentó la valenciana Elia Garci-Lara, pero a ellos se sumarán otros relacionados con la enseñanza, las ciencias, o la medicina, como por ejemplo un sistema de pesas creado por Concepción Aleixandre Ballester para corregir el descenso de la matriz en las mujeres.

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Celia Sánchez Ramos

El legado de las inventoras españolas sigue vivo en la actualidad gracias a investigadoras como Celia Sánchez, que ha inventado 15 familias de patentes relacionadas con la neuroprotección de las retinas a través de elementos y dispositivos ópticos. Patentes entre las que destacan lentes y filtros oculares terapéuticos.

Sánchez ha recibido más de 20 galardones por su labor investigadora, entre los que destacan el premio a ‘Mejor Inventora Internacional’ otorgado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, la medalla de oro a la mejor invención del área sanitaria, y el ‘Gran Premio a la Mejor Invención Internacional’ otorgado por la ONU.

Teresa Gonzalo

Biomédica especializada en la lucha contra el cáncer y el sida. Ha inventado un gel de uso tópico para prevenir nuevos contagios de VIH dado que en muchos países las mujeres no pueden negociar el uso del preservativo con sus parejas sexuales. Esta crema contiene pequeñas moléculas, llamadas dendrímeros, de un microbicida vaginal. Con este proyecto Gonzalo trata de combatir el sida. Ha fundado su propia empresa, Ambiox Biotech, para comercializar este gel, que es más económico que otros productos de prevención ya que los costes de fabricación son menores por no incluir moléculas biológicas.

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Fuentes e Imágenes: Museo OEPM- Museo Tiflolófico- EuropaPress- ElDiario- 20Minutos

De interés : Supermujeres, superinventoras (Lunwerg Editores, 2018) de Sandra Uve es la historia de 90 inventoras de todas las épocas.

 

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